martes, 2 de diciembre de 2014

FUNCIONARIATO, CONSULTORÍA, CIUDADANÍA DELEGADA Y FUERZA AUXILIAR

En la ficción analítica que he puesto en funcionamiento en las últimas entregas, las nociones de funcionariato, consultoría y ciudadanía delegada remiten a la verificación de manejo de  un gran espacio de inversión  que tiene a las poblaciones   vulnerables como objeto de explotación.  Al menos, esto viene a constituir una cartera de especulaciones donde el funcionariato doblega a las consultoras mediante la censura blanda de la amenaza de inhabilitación, y estás últimas despojan la representación social mediante la exhibición ostentatoria de unas habilidades de manejo que jamás estarán en posesión de la ciudadanía delegada.

Aquí, sin embargo, se reconoce la existencia de una excepción que denominaré ciudadanía no-delegable, formada por una unidad de acción reducida que se mantiene en la pureza de una “posiciones originales”, cuya fuerza no depende de si mismas, sino de la persistencia de su repetición en espacios en los que se sabe que la insistencia dogmática de dichos principios está sostenida por una fuerza de repetición compulsiva que legitima sus propias acciones. De lo contrario no tendría fuerza la extorsión simbólica que suelen levantar habitualmente  como amenaza.

¿Y cual es la peor amenaza que debe afrontar el funcionariato, sobre todo en Cultura? La peor amenaza -digámoslo- es  el efecto des/estabilizador que produce el ruido mediático alentado por el discurso de esta unidad de representación no-delegable. En lenguaje corriente se las denomina “agrupaciones”. En la palabra asociada aparecen como sujetos de grumo verbal incontinente.

Ahora bien: el ruido mediático es un efecto de la complicidad resultante con el personal de periodistas locales, que al padecer la represión directa  del capitalismo medial local -pregúntense como les fue en la última huelga-, se recuperan indirectamente  haciendo de portavoces implícitos de estas unidades de extorsión minoritaria, porque a través de ellas cumplen el deseo punitivo que proyectan contra un funcionariato que (también) los ha abandonado.

La fuerza ofensiva de los ciudadanos de representación no-delegable se sostiene además, gracias al auxilio  moral y no menos invisibilizado de juristas y profesionales del patrimonio, que por los  flancos  del funcionariato desarrollan  -en provecho propio- una soterrada guerra de desgaste, con relativos logros en la distribución local de (en)cargos.  

Esta fuerza auxiliar  mantiene la esperanza de los no-garantizados mediante asesorías permanentes, que se traducen por lo general en recursos de protección ante tribunales o en la redacción de estatutos para asegurar cupos, entre otras prestaciones,  destinadas a mantener-en-forma una “odiosidad de crucero”.

El manejo de la odiosidad de los “otros”  -por parte de la fuerza auxiliar- se hace desde  una determinación arcaica  cuyo rastro semántico  se  vincula  con una ontología  social-cristiana perdida, cuyas históricas demandas sociales  solo  conocemos mediante el eco proyectado  por la voz delegada de los grupos de no-garantizados. La diferencia entre esta fuerza y el funcionariato de origen tribal reside en que éste último no delega su manejo de odiosidad, sino que lo ejerce por si mismo, haciendo evidente la voracidad propia de quienes no habiendo conquistado nada todavía, en términos de “obra civil”,   ahora les toca. A la fuerza auxiliar no le ha tocado suficiente, pero algo.

Entre funcionariato, consultoría, ciudadanía delegada, grupos no-garantizados y su fuerza auxiliar correspondiente, no le queda a “otras comunidades” margen alguno para negociar, más que ponerse a la cola en el mercado local de las mitigaciones.

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