miércoles, 1 de octubre de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (6)

El jueves 25 de septiembre, invitado por Cristóbal Molina,  encargado del área de arquitectura del CNCA,  asistí a la ceremonia de presentación del envío chileno a la Bienal de Arquitectura de Venecia ante los ex-trabajadores de KPD, que tuvo lugar en el Liceo Gronemeyer de Quilpué. 

En el Parque Cultural ya habíamos tenido la presencia de Hugo Palmarola y Pedro Alonso en el último conversatorio de COLOSAL, la exposición que montamos como nuestra contribución a la pensabilidad de los efectos de la Catástrofe de abril.  Y este compromiso curatorial ya había sido confirmado por nosotros, en el sentido de incluir la exhibición del envío a Venecia en  la próxima Bienal de Arquitectura, que tendrá lugar en el Parque Cultural en mayo del próximo año. Es así como trabajamos la programación.



Particular relevancia en esta ceremonia tuvo el discurso de don Servando xx , porque de manera muy sencilla mencionó dos hechos que habían puesto a KPD en una “agenda”. El primero había sido el documental del cineasta Andrés Brignardello, KPD; y el segundo había sido la investigación que por casi diez años han llevado a cabo Pedro Alonso y Hugo Palmarola. Don Servando Mora pidió, al final de su alocución, un aplauso por la noticia que acababa de conocer el día anterior; según la cual el libro asociado al envío a Venecia, Monolith controversies, había sido incluido en la lista de los diez libros más importantes editados en Alemania en el 2014. Para nosotros significa una gran contribución al desarrollo de una historia local. 

La invitación de Cristóbal Molina se justificaba por la necesidad de precisar bajo qué forma montaríamos la exposición de mayo, teniendo en cuenta que el elemento principal de ésta debía ser el panel recuperado por Alonso y Palmarola y conducido a Venecia como huella residual y programática de la ruina de una modernidad  “fallida”, en lo que a vivienda social se refiere. 

En el conversatorio de COLOSAL, recuerdo que Pedro Alonso pudo de relieve un argumento que no deja de ser problemático: trasladar el panel a Venecia significó rescatarlo de una ruinificación que no hacía más que diferir una decisión política respecto de la preservación de una memoria obrera determinada. Los ex trabajadores de la empresa identifican el panel, lo rescataron y se propusieon darle otro destino, tomando en cuenta la descalificación de que era objeto la propia memoria obrera. De hecho, fueron infructuosas las conversaciones con operadores políticos locales que a final de cuentas, solo ofrecieron su admisión en un depósito municipal.

Ahora bien: la historia del panel es ejemplar. Pero es preciso dimensionar su historia y ponerla en contexto con un cierto “espíritu de época”. Alonso y  Palmarola habían iniciado una investigación sobre la historia de la vivienda prefabricada. Es decir, se habían dedicado a retrazar la memoria tecnológico-política de un procedimiento de serialización. 

Hablo de “espíritu de época” porque la palabra serialidad forma parte de un debate que atraviesa los campos de la arquitectura y del diseño. Y en este sentido, hay que conectar el trabajo del propio Palmarola con las historias de diseño chileno anómalas, que nos podrán en contacto con la producción del  automóvil Yagán y de la cuchara para medir la cantidad de leche en polvo que debía ser utilizada en la campaña del “medio litro”. 

Situaciones sobre las relaciones entre estas preocupaciones seriales son abordadas por Alejandro Crispiani, en un libro sorprendente, que debiera ser una lectura obligatoria en la escena local. Me refiero a Objetos para transformar el mundo. 

Es cosa de visitar la web de las ediciones de la Facultad de Arquitectira de la PUC, para encontrar una pequela reseña que satisface nuestro propósito: “Así, este libro traza por primera vez las relaciones entre el arte invencionista argentino, la Escuela de Arquitectura de Valparaíso (promotora de algunas de las más osadas iniciativas de vanguardia de la región) y las experiencias del Grupo de Diseño liderado por Gui Bonsiepe (una inmersión del diseño industrial europeo de avanzada en la realidad social y política latinoamericana plena de consecuencias); dos experiencias, estas últimas, que pasaron por un momento particularmente álgido en lo relativo a su naturaleza y aún a su propia existencia a comienzos de los años 1970, cerrando el ciclo modernizador iniciado en la posguerra.
Objetos para transformar el mundo, combina la historia de la arquitectura y el diseño, la historia del arte y la historia intelectual para poner luz en el entretejido de intenciones estéticas ambiciones filosóficas y aspiraciones políticas que constituyó la propia matriz de este fascinante episodio de contactos culturales y viajes de ideas y personas a uno y otro lado de la cordillera”.
¿Por qué este libro es importante? Porque vincula, a mi juicio,  la invención del territorio a la presencia de determinados objetos técnicos, en el seno de una coyuntura política determinada.  Es decir, entre la obra de Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos  y la lectura que hace Hugo Rivera Scott de El sistema de los objetos, de Baudrillard, hay una compatibilidad nocional que permite relacionar los campos de la poesía (Juan Luis Martínez) y del diseño.  Solo que el  libro de Simondon publicado en francés en 1958 solo verá la primera traducción al castellano en el 2007, en  ediciones Prometeo. 

¿Por qué menciono a Simondon? Por la presencia implícita de su pensamiento en las primeras elaboraciones sobre los efectos epistemológicos de la impresividad, en la obra de Dittborn. Pero esto hay que dejarlo, escrito, en el margen de este texto. Depués será objeto de otro comentario. 

De todos modos, la lectura de Hugo Rivera es contemporánea de la primera exposición de objetos visuales de Juan Luis Martínez en la sala del Instituto Francés. Estamos hablando de los años setenta, en la autonomía local respecto de la ambiente del arte santiaguino, donde no se lee a Baudrillard.  Esto, para la escena cultural de Valparaiso de hoy es muy importante, si se  piensa en las invenciones que en ella tenían lugar. 

Solo se debe agregar que en su libro  Alejandro Crispìani  hace unos esfuerzos extraordinarios para establecer la tensión analítica e institucional, entre la existencia de Ciudad Abierta y el trabajo de diseño de Guy  Bonsiepe  en el Chile de los setenta. En ese mismo momento, los artistas plásticos están empeñados solo en decorar el interior de la UNCTAD y  Matilde Pérez realiza su segundo viaje a Paris, para “defenderse” del reduccionismo de que es objeto en el seno de la  propia Facultad de Artes.  Lo señalo para indicar la distancia entre esa situación santiaguina subordinada a la ilustración del discurso de la historia y la complejidad de la situación porteña, en la que conviven innovaciones universitarias con experiencias de punta en el diseño de prótesis médicas. 

En relación a lo anterior: ¿alguien tiene idea del proyecto en el que participó, por ejemplo, el arquitecto Joaquín Velasco, en los años setenta?  Su historia se conecta con los efectos actuales  de KPD y participa de un tipo de productividad que caracteriza  la coyuntura porteña de los setenta, como un capítulo relevante de historia local.  Esa fue la razón por la que le solicité me describiera en un párrafo, en qué había consistido esa experiencia.  He aquí lo que me ha respondido: 

“Al inicio del gobierno de Allende, vuelve un médico de EEUU con experiencia en hemodiálisis.  En Chile era difícil implementar el sistema por los costos de los elementos desechables necesarios para su operación. El medico (Hernán Aguirre) propone a un pequeño industrial (Mario Espina) intentar la fabricación de una máquina de diálisis con los recursos que se pudieran encontrar en Chile. Este convoca a un arquitecto (Joaquín Velasco) para definir el diseño del aparato.
Este primer riñón artificial se construye y se somete a la experimentación clínica el año 1971,  generando una incipiente industria de maquinaria médica (IMMV) la cual trabaja durante un período de dos años como un proyecto del área de propiedad social financiado por intermedio de SERCOTEC en la ciudad de Valparaíso.
El prototipo inicial se desarrolla en dos modelos sucesivos hasta llegar a una primera partida de 30 unidades la cual se expone en congresos internacionales y es utilizada por el gobierno como muestra de la capacidad tecnológica del país. El proyecto es tutelado directamente por el presidente Allende, quién hace donación de varias de estas unidades a países extranjeros para su experimentación y promoción.

La industria es clausurada el día 13 de septiembre de 1973 y posteriormente sus instalaciones fueron adquiridas por una distribuidora de equipos médicos de origen norteamericano”.

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