jueves, 28 de agosto de 2014

CONCEPTO SINGULAR IMPOSITIVO

En mi vida como curador, que no es mucha en verdad, ya que me hice un lugar en esta extraña profesión buscando una expansión de mi propio dispositivo de escritura, he montado muchas exposiciones; algunas de ellas, muy malas.

En general, una exposición es mala cuando no logra sacarse de encima una determinación ilustrativa. Hay muchas exposiciones así en Santiago. Son extensiones de un curso de historia en una escuela de arte. Pero yo no trabajo así: por eso monté la hipótesis del curador como productor de infraestructura, para proporcionar insumos al trabajo de escritura de historia. Admito que es una noción que ya ha hecho su camino.

Pero esta misma experiencia me ha llevado  a  tener que recibir imposiciones que son vergonzosas y que he aceptado cumplir para que los efectos de semejante operación quede en evidencia, como una demostración de lo que no se debe hacer en una institución cultural. Es decir, todo director debe aprender a recibir este tipo de humillaciones  porque  forman parte del negocio.

Todo esto es hipotético, por cierto.  No se vaya a pensar que estoy sugiriendo una situación parecida.  En los procesos de formación de curadores, este tipo de escenarios de ficción son útiles para enseñar a los futuros profesionales a enfrentar situaciones límites.  De modo que quienes impartimos estas materias en diplomados sobre el tema de la curotoría, debemos enseñar a cómo responder ante escenarios de esta envergadura, porque genera situaciones de simulación que nos permiten diseñar hipótesis de respuesta frente a   grados de  tensión en las relaciones entre  un Palacio y un dispositivo cultural.

Imaginen ustedes que existe un Palacio, como concepto singular impositivo,  desde el cuál se recibe una orden para exponer a un artista, cuya obra no hubiese llegado jamás a ser objeto de discusión curatorial, porque no hubiese calzado con la línea de trabajo que tal institución hubiese  mantenido.  Y para agregar más elementos “interesantes” al asunto, imaginen ustedes que para hacer aceptar  la exposición, el artista y sus productores incluyen en el proyecto la realización de un coloquio.  No sobre pintira, sino sobre el tema que la pintura evocaría.  Porque como digo, la pintura no daría.  El paquete de la oferta impositiva sería completo.

¿Cual es la utilidad pedagógica de todo esto?  Una exposición, a la que le faltaría peso para valerse por si sola, para ser avalada debiera ser  acompañada de un coloquio, porque el tema  de éste  la salvaría  por extensión.  Más aún, si el tema sugerido fuese de una evidente corrección política. ¿Quien podría estar en contra de un coloquio así? La pintura pasa pegada como extensión insuficientemente ilustrada del tema en cuestión.  Es aquí que aparece el tercer término del paquete. Para que una mala pintura pase piola y se convierta en una operación de intervención política de baja calidad,  hay que hacer que la  exposición sea inaugurada por  una gran autoridad.  

De este modo, Palacio -como concepto práctico- estaría ejerciendo una violencia de envergadura contra la continuidad de un trabajo coherente que no necesita ilustrar temas adyacentes para validarse. De este modo, es lo más cercano a la trama de una ficción en la que determinados operadores trabajan como reproductores de la violencia simbólica de este mismo Palacio, poniendo en evidencia su propia indigencia cultural como funcionarios de área chica.

Y contra eso no hay remedio. Los artistas que solo pueden acceder a tener una exposición operando con estos procedimientos, de seguro se habrán cargado a otros artistas que se manejan solo con los argumentos propios del sistema de arte.

Ahora bien: todo esto es una hipótesis. Todo esto no ocurre ni en nuestro país, ni en nuestra ciudad. Estoy poniendo como ejemplo un caso extremo de intervención, para ensayar la validez de unos argumentos que debieran servir para instalar un debate sobre el respeto institucional y la exigencia que el funcionariato de cultura tiene para sostener altos rangos de profesionalización en el trabajo de producción de exposiciones.


Imaginen ustedes que esto solo ocurre cuando la descomposición orgánica afecta gravemente el conocimiento que se puede tener del funcionamiento de dispositivos complejos. Porque ¿que antecedentes de una situación de este tipo tenemos? ¿Tienen ustedes alguna información de que esto pudiera convertirse en una práctica corriente en nuestras instituciones culturales? 

1 comentario:

  1. Quizás sea un caso los 100 años de Nicanor Parra, que, como celebración privada -un cumpleaños-, se aprovecha para seguir sosteniendo la épica, como es claro, de los Parra. Pienso también en los diarios que publican notas sobre exposiciones y que en las fotos todas las pinturas están tapadas por los amigos y familiares posando. Harto Carl Schmitt. Como los que se cambian de casa a edificios afines en Santiago esforzándose en hacer lindas amistades.

    Saludos.

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