viernes, 11 de julio de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (4)

Yo no busco, encuentro. En un encuentro en el Café Subterráneo, Ernesto Guajardo me pone en relación con unos textos que no había leído, pero de los que “ya sabía”. Se trata de la ponencia de Pablo Aravena en un encuentro de hace varios años, sobre patrimonio. La ponencia se titula La “memoria” patrimonial como obstáculo epistemológico de la operación histórica y se puede encontrar en http://www.ecos.cl/2009/12/miseria-de-lo- cotidiano.html.

Los dos términos del título de inmediato me conectaron con dos nociones que Pablo Aravena maneja y sobre la que la Autoridad -significante político- ha reparado demasiado bien. Primero, el negocio del manejo de las “memorias”; segundo, la sordidez epistemológica de las subordinaciones de método de quienes confunden a sabiendas “historia local” con costumbrismo contemporáneo.


Esto se relaciona con el texto reciente que ha publicado Pablo Aravena, y que aborda cómo el “patrimonio” ha provocado un daño simbólico y político muy grave a la ciudad. Este se encuentra en la edición de El Mercurio del 29/06/14, destinada a celebrar el 11o Aniversario de la Declaración de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad.


Vale la pena citar algunos párrafos: “En el 2010 un lapidario informe redactado por el equipo del urbanista Pablo Trivelli constataba que los habotamtes de Valparaíso ya no esperaban nada del carácter patrimonial de la ciudad. Lo que hay es frustración y malas expectativas. Se equivocaron nuestros gobernantes con la estrategia turístico-patrimonial para Valparaíso, o esta nunca fue pensada prioritariamente para sus habitantes? Tenemos derecho a preguntarnos esto, sobre todo frente al espectáculo dado por cientos de personeros defendiendo en contra de la ciudadanía organizada, el proyecto “Mall Barón”. El patrimonio somos nosotros”.

Texto para nada “apocalíptico”, sino de una claridad efectual considerable, que desplaza el debate sobre el uso de la historia local en provecho de planes para el desarrollo del turismo de intereses especiales. Es que el concepto mismo de patrimonio ha sido erigido como objeto específico de los intereses especiales de quien instaló su preeminencia en Chile, como un recurso balsámico para cubrir las heridas simbólicas que la oligarquía tuvo que experimentar desde la reforma agraria en adelante.

El interés especial de la oligarquía fue el de recomponer la herida infringida contra el derecho de propiedad y los sistemas de tenencia de la tierra. La lucha de clases ha sido banalizada por las figuras de Cousiño y Humberstone, convertidos en ejemplares héroes del emprendimiento tecnológico, pero que no pudieron contra el efecto sub-terra y la matanza de la escuela Santa María. La carne de las clases subalternas siempre pagan el costo. En cambio, la recuperación de las iglesias de fundo desafectadas por la reforma agraria fue la primera medida de reparación que la Concertación le cedió a su filiación perturbada.

Si la recuperación patrimonial corresponde a la recomposición de la unidad de consciencia histórica de una oligarquía que tuvo que recurrir a Pinochet para hacer el trabajo sucio que la re-instalara, relocalizando simbólicamente el destino de sus capitalizaciones, la expansión del concepto de patrimonio bajo garantía de la UNESCO promovió de manera acelerada una plebeyización que debía convertir unas ruinas en soporte de la industria del entretenimiento blando, en la era de la museografización global de la memoria.


El obstáculo epistemológico al que hacía referencia Pablo Aravena tenía que ver con el desplazamiento del rol del historiador -extensible a otras profesiones de las ciencias sociales- como experto y/o asesor de planes de manejo, re-potenciando el campo laboral y abriendo el “género” de la gestión patrimonial. Pero ese es un primer nivel.

El segundo nivel al que apunta esa ponencia es al modo cómo la banalización del concepto de patrimonio acarrea consigo una depreciación del trabajo de la historia local. Ciertamente, no se trata de una cuestión de escala, sino de método. Al fin y al cabo, lo preocupante es cómo el concepto de patrimonio se instaló sin mayor resguardo epistemológico y se convirtió en un continente administrativo, normativizando un debate en que sus agentes han logrado instalar la preeminencia de una discursividad regulatoria por sobre el rigor de la escritura de historia.

La “fórmula” El patrimonio somos nosotros de Pablo Aravena se combina con la propuesta que ha sido el eje de nuestro trabajo: el patrimonio reside en la corporalidad de los habitantes. El Parque es un dispositivo de investigación del imaginario sobre cuyo fondo se proyecta la sombra de los cuerpos. Lo que nos hace pensar que la percepción de la corporalidad nunca es directa, sino que se accede a ella por la mediación de sus simulacros. 

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