miércoles, 23 de julio de 2014

LOS FENICIOS

Fui invitado a participar el jueves 3 de julio en el micro coloquio Roland Barthes: recepción y contexto, en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.   El objeto era abordar  las lecturas chilenas de Roland Barthes, en el entendido que una lectura supone el empleo de unas herramientas conceptuales que la convierten en un proceso de producción determinado de conocimiento textual, desde su factura diagramática. 

La atención crítica que he puesto en la escena porteña de los años setenta me condujo fácilmente a reconsiderar la reconstrucción de mis propias lecturas, en esa lejana coyuntura, cuando era un infortunado estudiante de filosofía en un instituto que difícilmente se despegaba de un pasado destinado a la apologética, pero que pasó aceleradamente a ser objeto de una reforma de estudios que introdujo cursos de filosofía política, donde los textos de Franz Fanon y Fidel Castro pasaron a nutrir una vulgata que dominó nuestra intolerancia discursiva. 

De esos nombres, el único que retengo es -justamente- el de Franz Fanon, y sobre todo, el de Sartre y su histórica presentación a Los condenados de la Tierra. Pero eso es harina de otro costal. Puro grumo. Por no decir, puro grupo. Valga mencionar que la escritura de la polémica  presentación de Sartre  es contemporánea de A Valparaíso, de Joris Ivens. 

Ustedes ya saben que Joris Ivens es mi fenicio en esta historia. Todos conocen ese chiste del examen de historia en que  lo único que sabía el examinado era sobre los fenicios y que toda pregunta que le hacían terminaba arreglándoselas para terminar hablando... de los fenicios. En Valparaíso, lo único que he hecho ha sido hablar de los fenicios. 

Para no ser menos, la invitación a hablar de los “usos de Barthes” la  tomé como una manera elusiva de seguir hablando de lo mismo,  a raíz de  lo cual, formulé el siguiente título: Lecturas insuficientes de Roland Barthes en dos escenas diferenciadas por la catástrofe:  1972 y 1982

¿Que es una lectura insuficiente? Por ejemplo, ¿como leer el Parque? Imaginemos que el Parque es un texto institucional.  Hay agentes locales que no representan a nadie, según los cuáles  el Parque es el producto de la lucha heroica de unos “okupas” que le doblaron la mano al Estado y ejercieron soberanía libertaria sobre un territorio.  Esa es, a lo menos, una interpretación cándida y no menos “oportunísima”.  

Pues bien: la insuficiencia de esta lectura radica en la omisión de la complejidad del proceso, que se subordina a una concepción   de trabajo  cultural donde la principal preocupación es la sobrevivencia material de grupos de autoprotección, de vida muy precaria, que habían logrado imponer formas de habitación temporal como “allegados” dispuestos a ser legitimados  mediante el reconocimiento jurídico de un acto de soberanización,  siguiendo el modelo  de las luchas urbanas de los años setenta, pero toleradas en los años dos mil por un calculado manejo extorsivo de la conflictividad.  

Esto ya lo he dicho en reiteradas ocasiones. Lo pueden encontrar en mi libro Escritura Funcionaria, en la entrevista que respondo a los estudiantes de post-grado de la PUC. 


Obviamente, regreso a Barthes, para remitirme  a las perturbaciones  de  recepción de una lectura determinada.  


Permanezco en Valparaíso para enunciar las condiciones de excepción en que la extorsión sigue siendo la forma privilegiada de relación entre autoridad y minorías consistentes; es decir, minorías con las que la propia autoridad saca las castañas,  según el dicho popular. Ustedes ya sabrán a quien me refiero. Por motivos puramente defensivos, no puedo ser más explícito. 

Ahora, por autoridad, entendamos -simplemente- la figura de un significante político local.  No me había percatado de la proximidad de las palabras “picante” y “significante”. Pueden dar lugar a un concepto único: un significante picante operando en el mundo de los signos.  

Este sería un buen tema para una tesis de sociología de la recepción  discursiva en zonas de riesgo interpretativo. Pero  se trata  más que nada,  de estudiar la recepción de la lectura de Barthes en la escena intelectual chilena, en al menos dos momentos.  

Retrocedo a los años setenta, cuando en Valparaíso, Rodrigo González, hoy diputado, “inventaba” el CESCLA.  

¿Que tiene que ver Barthes con González? !Es por los fenicios! 

Los primeros “lectores” aplicados de Barthes fueron Armand y Michelle Mattelart, junto con Mabel Piccini, que se hicieron famosos en ese momento por haber escrito el inaugural trabajo La ideología de la prensa liberal, publicado en el número 3 (especial) de los Cuadernos de la Realidad Nacional, en marzo de 1970.  

Rodrigo González fue a candidato a rector en la PUCV y logró convertir su poder académico-político en plataforma de intervención de la universidad en el movimiento social.  Era una época en que los operadores eran de otra calidad. De hecho, no se conocía el término “operadores” en el léxico de la política. Tampoco existía la palabra “lobbysta”.  Había otras palabras que luego fueron obligadas a abandonar la escena para ser reemplazadas por la arrolladora y lacunar voracidad de “los hijos de alguien”.  Las relaciones locales entre partido y eficacia tribal están subordinadas a la estructura de una teleserie brasileña, con sustitución de infantes y reversión de  nombres-del-padre.  

A no olvidar: los “usos de Barthes” remiten al modo como ciertas palabras dejan de ser usadas  en una coyuntura determinada y son sustituidas por  nuevos modismos  de procedencia tribal, como ya lo he sostenido, cuyo único propósito es denominar el espacio de distribución de un botín. 

Entonces, el Parque  deja de ser leído como un texto institucional y pasa a ser “el objeto de deseo” de  unos agentes de (nueva) justicia distributiva.  


Para regresar a los fenicios, se hace necesario, con el propósito de entender la genealogía de los poderes locales,  realizar un gran seminario sobre el estatuto de la “jefería” en algunas “sociedades primitivas”.  En ese caso, para preparar semejante encuentro, la lectura del pequeño librito de Pierre Clastres, La sociedad contra el Estado, sería de una utilidad extrema. Pero de seguro, los operadores solo leerán una agresión disimulada en el título, bajo la forma de La sociedad local de los cerros contra el Estado, porque -agobiados como viven- no logran inventar la distancia analítica suficiente que los designaría solo como ocupantes temporales de un lugar simbólicamente obstruido que los sobrepasa, porque la dimensión de la catástrofe que tenemos entre manos resulta abismalmente  COLOSAL. 

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