viernes, 28 de febrero de 2014

INTENTO DE DEMOLICIÓN DE IMAGEN PÚBLICA

El artículo de El Mostrador sobre Claudia Barattini es esa típica entrega por delegación, destinada a demoler imagen pública. Lo primero que hay que preguntarse es quien lo dicta. Lo segundo que hay que considerar es el daño que el comitente busca infringir y lo tercero tiene que ver con el destinatario efectivo del discurso. 

Voy por lo tercero: el destinatario es el círculo próximo de la mandataria, donde es necesario hacer llegar el malestar del sector que ha sido desplazado por la nominación de  Claudia Barattini. Todo parece indicar que dicho sector  había especulado de manera inapropiada sobre un resultado que echó por tierra sus  vindicaciones, al punto que no le quedó otra que monitorear una batería de argumentos difamatorios  de corto alcance. 

La construcción de la difamación parte con una bajada  que opera en dos frentes: omite el contexto de la deuda asumida y establece la des/acreditación académica.  Ambos elementos la des/calificarían para el cargo. En términos comunicacionales, en un primer nivel, la ofensiva es eficaz. En un segundo nivel, devela su fragilidad, porque la deuda, finalmente, es el síntoma de aquello por lo que los estudiantes salieron a la calle. Y por otro lado, desconsidera de manera reaccionaria los saberes adquiridos en el curso de experiencias no académicas. 

En cuanto a lo primero,  quien dicta la ofensiva deja entrever una amenaza que Claudia Barattini  ya ha prefigurado. Se han delatado en sus propósitos al  evocar la dimensión de la oposición interna que están dispuestos a levantar  en el propio CNCA.  Han sido torpes, en este sentido, porque ya han “transparentado” la fronda que les debiera compensar el daño que les ha sido infringido con esta nombramiento que, en verdad, no se esperaban.  

Luego, el artículo se cae. No logra definir una línea de análisis. Entrega informaciones incompletas, organizadas para instalar dudas sobre la pertinencia de su procedencia y de sus redes sociales. Por ejemplo, habla de sus padres. Pero denotan no saber de quien se trata.  El desconocimiento de las tramas regionales resulta evidente. No saben que Juan Barattini y Marta Contreras, los padres de Claudia Barattini,  son dos personalidades emblemáticas de la escena intelectual porteña. Que son personalidades claves en la construcción de densidad local, tanto en el campo del teatro como de la política. Que pertenecen a una tradición que comparten con Sergio Vuskovic, Marcos Portnoy, Osvaldo Fernández y otros tantos intelectuales porteños. Que partieron al exilio. Etc. Ese es el lugar del que  proviene Claudia Barattini. 

Luego, el artículo menciona su paso por Italia. No pueden desconocer su labor como agregada cultural. Pero no dicen por qué llegó a ese cargo y cuales fueron sus logros. Omitieron su rol en el envío de Ivan Navarro a la Bienal de Venecia. Envío que ha sido el inicio de una estrategia de posicionamiento efectivo, de Estado, en Venecia. Es decir, no dijeron que tenía una lectura transversal de la política, de la cultura, del teatro y de las artes visuales en esta coyuntura. 

Pero donde la información se acerca a una especie de delación periodística compensada es en el punto en que señala sus redes sociales en Chile, de un modo en que la  descripción sesgada tiene por efecto instalar una duda sobre la probidad de sus propias relaciones.  Por ejemplo: ¿cual es el rol de los apellidos Aguiló, Palma Salamanca, Parada, en la economía del relato? Lo cierto es que el artículo apunta a sugerir dependencias supuestamente no admitidas por Claudia Barattii y cuya proximidad serían motivos de otro rango de descalificación. Con eso basta. La difamación blanda ya está en curso y  convierte  el escaso conocimiento que   tiene del trabajo de Claudia Barattini como productora cultural en una  acta de acusación encubierta. 

En este armado, el artículo evoca una matizada fobia por las experiencias autónomas. Las menciones a La Morada no logran simular un malestar que pone al trabajo de género en una especie de anverso del “trabajo cultural serio” que los comitentes del artículo se cuidan de hacer explícita.   

Finalmente, cierra la ofensiva una mención a la férrea defensa que hace de Claudia Barattini su círculo más cercano de amistades.  Por un lado, la sindican como un personaje blindado; y por otro lado, admiten de manera implícita la dificultad que han tenido para montar una operación más eficaz de des/legitimación. 


A confesión de partes, relevo de pruebas. 

martes, 25 de febrero de 2014

REVERSO DE LA HISTORIA

El último párrafo de Demolición de la Memoria fue el siguiente: “¿por qué no fue posible trabajar en el reverso de la historia y recuperar una “vivienda de la memoria”? ¿Por qué no haber transformado el balneario popular en un Memorial? Tendríamos que haber trabajado en recomponer la memoria demolida.”

Aquí, la frase que importa es “reverso de la historia”. Mientras montamos la exposición sobre Ritoque, leo El reverso de la historia contemporánea.  Cualquier agudo académico ranciero dependiente pensaría en un título distribuido por LOM, pero se equivocaría. Se trata, simplemente, de una novela de Balzac, escrita en torno a 1838. Años más, años menos. Impresa en una edición de Garnier, de 1954, con un cuidado ejemplar de lo que significa la composición de un impreso. 

La novela de Balzac trabaja sobre un problema que Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández anticiparon a comienzos de los sesenta, en relación al pensamiento social-cristiano; a saber, la caridad cristiana convertida en política de consolación regulada. En Balzac, el anverso de la historia era la corrupción de la monarquía de Julio y la amenaza del comunismo; en cambio, el reverso era la “imitación de Cristo”. 

El freismo de los años sesenta territorializó la estrategia de la donación; pero el allendismo ocupó sus estructuras para montar los CUP en el seno de los centros de madres y los bordes de las juntas de vecinos, promoviendo la escucha de lo que desde el freismo eclesializado se denominó “falsos profetas”. Aquí vino a mostrar toda su eficacia la teología de la escolástica española.  Los jesuitas debían batirse en retirada, sospechosos de habilitar a los cristianos-para-el-socialismo.  Los falsos profetas debían ser declarados ilegítimos gobernantes que se habían apropiado del anverso de la historia. Había que recurrir a las fuerzas armadas para restituir el imperio de la ley (Orden de las Familias) y recuperar el control de su reverso. !Imitación de Cristo!

En esta operación, el pueblo que prestó irresponsablemente sus oídos al discurso de los falsos profetas quedó huérfano. Si bien debía sufrir un castigo por su soberbia; es decir, por haber querido disolver la  categoría  de la caridad, al menos había que protegerlo de los excesos del gran totem punitivo. Desde ese  entonces, la eclesialidad en crisis de crecimiento consistente pudo realizar el programa de  reparación, vicarializando el manejo de-los-sin-voz, para resolver en otro terreno el efecto de la más grave crisis de vocaciones sacerdotales. 

En Italia, en el comienzo de los exilios, hubo un libro del que ya nadie habla.  Su título es Chiesa e golpe cileno, Editoriale Claudiana.  Libro inencontrable. Es decir, se lo encontró muy poco cuando salió, porque echaba por tierra el sentido de cálculo que iría a caracterizar  el dominio discursivo de la oposición democrática en el exilio. De hecho, los operadores más esclarecidos de dicha oposición montaron una conjr adel silencio en torno a un libro cuya  analítica ponía en riesgo la política de la acogida compensada; es decir, la Iglesia como refugio, pero  a cambio del bloqueo -durante la transición- de toda iniciativa republicana que pusiera en duda -!de nuevo!- el Orden de las Familias; es decir, ni aborto, ni divorcio, ni acuerdo de vida en pareja. 

Los textos de Vuskovic/Fernández de comienzos de los sesenta anticipan, en su propio partido, un discurso que advierte la impostura de la política de la caridad compensada. No tuvieron interlocutores a la altura.  Salvo este libro de Rojas/Vanderschueren, que a mediados de los setenta no hace más que confirmar su efecto recompositivo.  Cuando el libro fue publicado, Sergio Vuskovic estaba recluido en la cárcel de Valparaíso. 

Un enunciado propositivo de la envergadura que adquiere ser-la-voz-de-los-que-no-tienen-voz está pensado para operar en un ambiente en que siempre debe existir una boca carente. Dicha carencia se reprodujo  como condición de manejo de la transición interminable y sobredeterminó la política de una ausencia partidaria adecuada, des/leninizando las estructuras y  condensando sus restos  en dispositivos de inscripción  de  jefaturas tribales. De ahí que la nueva vida partidaria responda a las exigencias simbólicas de los clanes, que promueven  las dinámicas de reparación totémica que informarán la nueva coyuntura. 

¡Cuanta falta hace leer, hoy día, en Valparaíso, Maquiavelo y Lenin, publicado en 1971 por editorial Nascimento, con un prólogo del filósofo Osvaldo Fernández!

miércoles, 19 de febrero de 2014

Pintura Mural y Patrimonio

PINTURA MURAL Y PATRIMONIO

El comentario fue sorprendente. Un vecino me explicó que las casas que están a la izquierda del pasaje Dimalow, en dirección a Almirante Montt, tienen estilo, forman una línea relativamente homogénea, que le da un valor a la fachada. El edificio que está a la derecha, después del Via Via Café, no tiene estilo, es nuevo, no tiene valor frente a las casas mencionadas. Entonces, me dice, “con esta pintura mural, el edificio se va a acercar a las casas”. 

Lo me estaba diciendo con meridiana claridad es que la pintura mural le otorgaba al edificio una acreditación de patrimonialidad de la que éste carecía. Y todo esto, con permiso municipal al día, incluyendo uno del consejo de monumentos,  que ratificaba la hipótesis inicial: el mural convierte al edificio en monumento. !Que duda cabe! Los propietarios del edificio aprobaron el mural ante semejante promesa de transformación de estatuto. El mural aumenta el valor del inmueble. 

Desde la publicación del Informe de la Unesco la municipalidad ha pasado a la ofensiva. Los permisos otorgados a los muralistas forman parte de una estrategia de monumentalización patrimonial destinada a la fortalecer  la hipótesis de la escenografía adecuada al negocio de los tour operadores. Ya son característicos los grupos de turistas que a cargo de un guía, pasan a considerar la pintura mural como la gran oferta visual de la ciudad-puerto. La mención de estos paseos en The Guardian, por ejemplo, parece adquirir el peso simbólico de la inscripción en La Historia.  

Pero todo no comienza aquí. Ya a la salida del ascensor Reina Victoria, un nuevo hostal que ostenta un piso agregado que probablemente rompe con todas las normas, exhibe en su base una serie de transposiciones del Bestiario de Lukas, pintadas sobre fondo amarillo pato.  Aquí se presentan dos problemas. El primero tiene que ver con la tolerancia del traslado de unas imágenes pensadas para soporte impreso en monocromo. El segundo aborda la sujeción al mal menor. Es decir, no son pocos los propietarios que aceptan el “matonaje blando” de disponer de un mural para preservar el muro del graffitismo. Los muralistas sería, pues, unos “matones grandes” que cobrarían una especie de coima para impedir que los graffiteros, “matones más chicos”, hagan de las suyas. 

La casa del hostal de referencia está muy bien emplazada y define el corte del cerro, mediante una base que por si sola, es monumental y sostiene, si se quiere, el “escurrimiento” del cerro sobre la plaza; lo suspende, lo retiene, amortigua el corte. 

¿Que es lo que justifica reproducir el “bestiario” a la salida del ascensor? ¿Forma parte de la señalética de la Fundación Lukas? Y esta última, ¿no puede prevenirse de la banalización de su patrimonio, cautelando la tolerancia de las transposiciones? ¿Más aún, cuando Lukas es un “héroe gráfico” impresivo? No es de creer esta falta de vigilancia. 

Ya  he sostenido en un texto anterior que si hay exceso de murales en Valparaíso  es porque está en proporción directa a la falta de libro.  Esta desproporción permite que la “bestiarización” mural de la ciudad colabore con la patrimonialización a la que hice referencia al comienzo, al relatar la inverosímil historia del mural del pasaje Dimalow. 
 

Justo Pastor MelladoPremio Regional de Ciencias Sociales "Enrique Molina"
Concepción, 2009
www.justopastormellado.cl

jueves, 13 de febrero de 2014

DEMOLICIÓN DE LA MEMORIA

En febrero del 2013, en el Segundo Encuentro de Ex-prisioneros Políticos,  hicimos otra exposición. Entre las cosas  que expusimos había una maleta, una frazada de la cruz roja y una cocinilla.  Estos objetos cargaron con la responsabilidad de fijar las memorias. 

Este año, lo principal ha sido este  traslado de una imagen, realizada con carboncillo, en tres por tres metros.  Frente al muro de la ampliación, fue colgado  el dibujo original. Y en medio de la sala hemos dispuesto tres estufas y tres teteras, proporcionadas por ex-prisioneros. Basta con eso.

El resto de la exposición consiste en fotografías del actual emplazamiento del sitio donde estuvo el campo de prisioneros, se agrega  un video que recoge los relatos de un conjunto de personas que allí estuvieron. 

No puedo dejar de mencionar a Sergio Vuskovic, ex-alcalde de Valparaíso, filosofo de utilidad pública.  Pablo Neruda, cuando fue declarado hijo ilustre de la ciudad a fines de 1970 dijo en un discurso magnífico que él solo era un “poeta de utilidad pública”.  De ahí viene esta asociación. 

El mismo día que inauguramos esta exposición, el suplemento de Vivienda y Decoración de El Mercurio publicó un artículo que tituló “De establo a segunda casa”. Era un caso en la ciudad de Cáceres, España, donde unos arquitectos habían recuperado un viejo establo y lo habían convertido en residencia secundaria. 

¿Por qué esta relación?  Valparaíso se está convirtiendo en escenografía para viviendas de segunda residencia. No deja de ser gracioso. Era pensable que la ideología patrimonialista diera para algo más.  Por otro lado, tenemos el caso de un balneario popular convertido en campo de prisioneros. El reciclaje es el tema de la arquitectura. ¡Ni qué decir! Una cárcel fue transformada en equipamiento cultural. Bueno, claro, siempre lo fue, bajo su forma carceral.  ¿O vamos a negar que existe una cultura carcelaria? 

Sin ir más lejos, a pocos kilómetros de Cáceres, el Museo  Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo proviene de la transformación de la cárcel modelo de Badajoz, que funcionó durante el franquismo.  Montevideo presenta un caso similar. En Cochabamba, un matadero dio lugar a un centro cultural.  Esto da para un tema de revista de arquitectura. Reciclaje editorial. La propia escuela de arquitectura de la Universidad Católica de Santiago está emplazada en lo que fue una hacienda chilena. 

Ahora bien: el mismo día en que apareció un artículo sobre la transformación de un establo en segunda residencia, inauguramos una exposición sobre la transformación de un balneario popular en campo de prisioneros. 

¿A ver? ¿El campo de prisioneros sería homologable a una segunda residencia? Peor aún: hagamos esta otra pregunta. ¿En que polaridad colocamos un balneario popular y una segunda residencia? La arquitectura social coloca al primero como ejemplo de traslado de la serialidad fabril a un paisaje convertido en objeto de goce colectivo. 

La arquitectura de segunda residencia sitúa la unicidad autoral en la construcción protegida de un locus amoenus que traduce el poder de diseñar su temporal puesta-fuera-de-juego-social a la medida. Está todo bien. Lo que pasa es que hay que hacer espacio en la historia de la arquitectura chilena a quienes concibieron en los tableros de sus oficinas de funcionarios públicos, unas viviendas que denominaron balnearios populares. Lo cual estaba en la misma lógica del diseño de los Bloques 1010 y 1020. 

No podemos  dejar de preguntarnos por qué, en el curso de la transición in-terminable, no fue posible re-transformar un campo de prisioneros en una vivienda social.  Es decir, ¿por qué no fue posible trabajar en el reverso de la historia y recuperar una “vivienda de la memoria”? ¿Por qué no haber transformado el balneario popular en un Memorial? Habría que haber trabajado en recomponer la memoria demolida

martes, 11 de febrero de 2014

LA MEDIDA 29

El sábado 8 de febrero tuvo lugar el Tercer Encuentro de Ex-Presos Políticos. Es decir, de personas que estuvieron presas en la ex-cárcel de Valparaíso, pero que logran congregar a la mayoría de ex-presos políticos de la región. Se trata de un encuentro de camaradería. Muchos de ellos no se veían hacía décadas.  estos tres encuentros han permitido no solo reconectarse en la región, sino invitar a otras organizaciones de ex-presos, a nivel nacional. Es así como en esta ocasión hubo invitados de Santiago y de Concepción, pero que representaban a agrupaciones de ex-prisioneros de Chacabuco y otros campos.

El Parque, para esta ocasión, montó un exposición especial que exigió la realización de una investigación de campo que fue asumida por Nélida Pozo y Jaime Garnham. 

¿Por qué investigar? Porque el objeto de la exposición era el campo de prisioneros de Ritoque. 

De ese campo, queda muy poco edificado. Es decir, prácticamente no hay traza. Esta es una buena palabra: trazabilidad del campo. Además, remite a la primera acción edificatoria, de marcar la planta con tiza o yeso al iniciar una faena. Esta viene a ser, pues, la faena de la memoria.  

Entonces, lo primero que había que hacer era establecer el estado de situación y la memoria del sitio. Y en esa línea, por cierto, resolver la cuestión del origen. 

¿Que era eso que fue convertido en campo de prisioneros?  ¡Era un balneario popular! De ahí, el título: La medida 29.  En el programa de gobierno de la Unidad Popular , la Medida 29  tenía que ver con la recreación de los trabajadores. 

Nélida Pozo y Jaime Garnham recuperaron esta memoria anterior del lugar y calzaron la secuencia de su conversión en campo de prisioneros. Uno de los elementos cruciales que encontraron en su búsqueda fueron los dibujos de Miguel Lawner, que están en custodia en el Museo de la Memoria. De esos dibujos, una de las imágenes fue reproducida ampliada en uno de los muros de las sala.

La imagen corresponde al retrato de unos prisioneros al interior de su espacio de reclusión, reunidos en torno a una estufa a parafina sobre la que descansa una tetera. La postura de los prisioneros es solemne. Están en algún tipo de reunión. El objeto parece organizar la tensión de la escena.  

Miguel Lawner, en otro lugar, ha relatado las condiciones bajo las cuáles pudo realizar estos dibujos. En el fondo, de cómo pudo practicar su testimonio gráfico bajo situaciones de máxima restricción.  Obtener lápiz y papel fue una conquista. Guardar los dibujos en un lugar seguro fue otro asunto. Estos dibujos me hacen pensar en Victor Brauner, el pintor surrealista detenido por los nazis.  En algún lugar leí que hablaba sobre las restricciones del papel y del lápiz.  De modo que todos sus dibujos estaban marcados por el imperativo de una gran economía simbólica. Finalmente,  la tarea de preservar una memoria gráfica reemplazó a la escritura.  Luego pensé en los dibujos de Zoren Music y en el prólogo que le escribió Jorge Semprún. 

Digamos que un diarios  como el de Miguel Lawner  es un documento de restitución de los  espacios domésticos en los que él y sus compañeros reconstruían su propia  sociedad restringida.  Por eso porto mi atención sobre el objeto. 

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (3)

Tampoco hay, verdaderamente hablando, relatos marineros. Estoy hablando de las segunda mitad del siglo XX. ¿Que sería un relato marinero? ¿Seguiríamos en la lógica de las novelas polares? ¿Poe? ¿Verne? Todas las expediciones tenían que pasar por Valparaíso. O regresar. Eso es lo que señala Chris Marker en el comienzo de su relato en A Valparaíso (Ivens). Estamos en 1962. Y en 1965 son traídos los cuerpos de los náufragos de la Janequeo

Lo curioso es que el único relato público sobre el naufragio de la Janequeo aparece publicado en una separata de la revista Punto Final. El propósito era demostrar que la oficialidad había abandonado a la marinería. Pero los hechos no cuadran. Los sacrificios de los oficiales que murieron, heroicamente, están allí para desmentir dicha hipótesis. 

Si es por tragedia marinera,  sin lugar a dudas, la que mayor interés podría concitar  es la rebelión de la Escuadra. Pero de eso, apenas, hay novela. El primer estudio en alguna revista naval chilena chilena data, al parecer, de inicios de los noventa. Pero, ¿sería una tragedia marinera? 

Patricio Manns, autor del relato que más se conoce al respecto, publicado por UCV, en 1971,  sostiene que la sublevación pudo haberse convertido en un levantamiento revolucionario. Pero Luis Vitale señala que el comando de la rebelión no pudo o no quiso concretar acuerdos con las organizaciones obreras. Como era de esperar, esta falta de apreciación  los condujo al aislamiento y  a la consiguiente  derrota.  Por su parte, los dirigentes obreros tampoco  supieron aquilatar la importancia de la rebelión de los marineros,  dejando pasar una coyuntura excepcional. Poco le faltó decir que la sublevación había fracasado porque carecía de conducción trotskista. 

Lo que salta a la vista en esta observación es modelo bolchevique de la escritura de la historia, donde todo debe  calzar con la  “matricería” de la insurrección de octubre y el rol de la Fragua de Vulcano. Este último era el nombre que daba Kerenski al cuartel general de los bolcheviques  en el Instituto Smolny.  De seguro, Patricio Manns quiso leer  en la rebelión de la Escuadra un post-facio  deflacionado de Acorazado Potemkin

Hay que recurrir a las fotografías de prensa para reconstruir la tragedia de la Janequeo.. Cuando enterraron a los primeros 19 tripulantes, cuyos cuerpos habían sido recuperados y traídos a Valparaíso, la ciudad entera salió a las calles para seguir el cortejo. El presidente de la república y su ministro de defensa lo encabezaron y caminaron desde la catedral hasta el cementerio numero tres de Playa Ancha. Eso es, al menos, lo que consignan los diarios de la época. Cosa de revisar en la Biblioteca Severín los ejemplares de El Mercurio. Y también, de revista Ercilla. 

Durante la última quincena de agosto de 1965, la ciudad entera sepultaba a los marineros de diversos grados,  cuyos cuerpos eran traídos a medida que eran encontrados en las aguas próximas al sitio del naufragio, en la roca Catedral, al sur de Corral. 

Lo que leo en estas noticias es que se trató de  la última expresión de complicidad cívica entre la ciudad y la Armada. Ocho años después, esa complicidad sería rota. De eso no hay novela.  Todas las huellas han sido encubiertas.  Es decir, lo que tenemos es la novela de un encubrimiento. Incluyendo las marcas residuales que demostrarían la existencia de un campo de prisioneros en Colliguay. 

Alvaro Bisama -en Estrellas muertas- se salta al momento de la deflación existenciaria  del izquierdismo universitario, ya arruinado por  la teoría del frentismo rodriguista.   La narratividad de la ocupación militar de la ciudad no ha sido relevada todavía, porque subsisten los bloqueos epistémicos, en provecho de los pactos de olvido.  

Marcelo Mellado, en La batalla de Placilla, diluye dicho bloqueo y conduce los relatos a sobreponer dos historias de derrotas: por un lado, la del ejército balmacedista; y por otro lado, la del ejercicio de sobrevivencia académica local como recurso de manejo de una inversión discursiva que solo prefigura la ruina del discurso ( de lo) patrimonial. Cuestión que aparece tipificada en el cuadernillo que publicó el Consejo de Monumentos Nacionales, en que consigna los relatos de analistas que se reunieron en Santiago en octubre del 2012 para dialogar sobre la “novela del patrimonio”. 


Particular relevancia adquiere la participación de Fernando Carrión, arquitecto y urbanista (Flacso-Ecuador), quien en medio de una conversación con José de Nordenflycht sostiene que “el ejercicio del patrimonio es poder; tanto que, por ejemplo, cuando se definen los límites de un centro histórico se construye una forma de apropiación social surgida desde las políticas urbanas; es decir, del ejercicio de la política (...) Entonces, el patrimonio es poder, es política y es una disputa de la memoria. Muchas veces se cree que la memoria es algo que está ahí y que es indiscutible, sin embargo es algo que siempre está en estado de querella porque, como dice Mao Tse-Tung en el Libro Rojo: lo que más cambia es el pasado, algo que me parece muy cierto”

jueves, 6 de febrero de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (2)

Valparaíso en la novela no está presente de manera estricta. Manuel Rojas, ya. Hasta Edwards Bello. Bien. Pero la clase obrera no está en el centro del relato. Las novelas actuales, de jóvenes escritores, no son “novelas de cerro”, sino relatos de  Plan. Por ejemplo, Alvaro Bisama y Marcelo Mellado reproducen la saga de los miserables de la historia, sin entrar en las mitologías de las quebradas. 

En el Subterráneo, Ernesto Guajardo me hace el relato de sus investigaciones autónomas sobre la presencia de los trabajadores en la novelística local. Me reproduce nombres que no alcanzo a percibir. Pero tiene sus notas. Sus apuntes. Y por cierto, la experiencia de edición de los diarios de Alfonso Calderón. 

Ahora, lo que busca es una escritura de la contemporaneidad porteña; o sea, historias de formación que cubran el período sesenta-setenta. 

Bien. Todo depende de cómo definamos novela. ¿Novela de origen? Un poco de teoría freudiana no le vendría mal a las escrituras patrimonializadas (corrección política mediante).  Toda la narrativa porteña, incluidos los estudios académicos entendidos como novela,  se debate entre la ficción  judicializable y la ficción soberanizable.  Se trata de una escritura sobre las condiciones de posibilidad de la escritura. O sea, que relata las dificultades de su propia constitución como objeto de trabajo.  

La poesía en Valparaíso, ya ha sido abordada por Marcelo Mellado en Informe Tapia, tipificando al grupo de Poetas del Litoral, que son unos vendidos a la Dirección General. Siempre hay una dirección general de Cultura, destinada a producir la desactivación de los relatos. Quiero ilustrar esta hipótesis con un dicho de Roxana Miranda en Radio Bio-Bio, cuando le preguntan sobre Peñailillo. Ella dice que él es un experto en desactivar a los movimientos sociales y que así lo había demostrado cuando fue gobernador en la Araucanía. Entonces, las narrativas académicas tienen por función desactivar la radicalidad de los diagramas. 

Entre tanto, Ernesto Guajardo prosigue con el diagnóstico. En el encuentro del Subterráneo, menciona Mundo herido, de Armando Méndez Carrasco, que narra la infancia popular en Valparaíso a mediados del siglo y que de seguro nos entrega más informaciones simbólicas y políticas que las reconstrucciones que ofrece la historia oficial    de los movimientos sociales. 

Pero también menciona Juego de sangre, de Hernán Poblete Varas, que narra la habitabilidad limítrofe de la Plaza Echaurren, sin dejar de proyectar a los contemporáneos como Cristobal Gaete (Valpore) y Daniel Hidalgo (Canciones punk para señoritas autodestructivas), que tampoco toman al “sujeto trabajador” como figura central. En contrario, ha descubierto un cuento de Nicolaz Latuz Ponce (Mañana es otro día), donde describe la vida de un trabajador que vive en el cerro Polanco. 

Al día siguiente de este encuentro, ahora en el Emporio, Juan Luis Moraga (arquitecto) me pone en conocimiento de una novela a la que en su momento de aparición no le puse atención. A tal punto que olvidé que había leído unas reseñas. De modo que ahora me caía el título como una saeta: A tango abierto, de Ana María del Río. En Memoria Chilena hay por lo menos cuatro o cinco reproducciones de reseñas que señalan la importancia de su cometido narrativo, que aborda el antes y el después de 1973 en torno a las vicisitudes de estudiantes de arquitectura de la entonces Universidad de Chile, sede  Valparaíso. Ya he entrevistado al propio Juan Luis Moraga sobre el tema de la construcción institucional de dicha sede en la coyuntura de fines de los sesenta. 


Al final de la mañana, me esperaba en mi oficina del Parque, el dramaturgo Mauricio Barría, que para entrar en materia me hace el relato de su trabajo radiofónico sobre una obra de teatro  de Antonio Acevedo Hernández, El Irredento (1918). He aquí que me encuentro a boca de jarro con el primer relato dramatizado de una huelga general, en Valparaíso. El sujeto que describía por ausencia Ernesto Guajardo me lo traía Mauricio Barría, en un formato de representación crítica del estatuto de la voz, en el teatro, para reproducir el efecto anticipado de una derrota.