miércoles, 6 de febrero de 2013

DEJAR ALGO.



En la entrega anterior sostuve que hay iniciativas que, si bien son reconocidas como interesantes para la ciudad, sin embargo no dejan nada. Luego definí lo que entiendo por dejar algo, porque  lo que me ocupa es lo que se puede instalar como proceso. Hace exactamente un año, Maurice Durozier, actor del Théatre du Soleil, vino al Parque a dar una conferencia sobre el oficio del actor. Antes de la conferencia, en el teatro, con Agustín Letelier servimos té tchai a los asistentes, que Maurice había pedido preparar. La ceremonia de la puesta en palabra estaba precedida de una puesta en disposición.

Sobre esta idea se puede sustentar una pequeña y eficaz teoría de la mediación, en que lo que se pone en juego es un más allá de la teatralidad. Maurice hizo un recorrido  magistral por los tópicos clásicos de la formación actoral, pero bajo la presión formal de ritos teatrales no-occidentales que traen consigo la amenaza del fomento de la crisis de la representación. Agustin Letelier iniciaba por esos días las conversaciones con el equipo del Parque para diseñar la residencia que realizaría en diciembre y enero siguientes.

¿Cuál era el propósito? Re-leer y re-interpretar  indicios perdidos de un montaje crucial en la recomposición de la escena teatral porteña de mediados de los años ochenta. ¿De donde había surgido esa idea? De discusiones locales que le asignaban a Juan Edmundo González un rol decisivo a partir del montaje de Un extraño ser. Este debía ser reconocido como uno de los dos momentos principales en la historia de la escena. Y es por eso que tuvo gran significación, que en los días previos a la conferencia de Maurice y al encuentro de Agustín con el equipo del Parque, este lograra reunirse con el elenco original. En esa ocasión, Pamela Díaz, historiadora local, pudo registrar algunos testimonios.

¿Dejar algo? ¿Qué significa dejar algo? Esto es lo que se ha podido conectar entre esa conferencia de Maurice y las pasadas que han tenido lugar en el Parque, durante los días 1, 2 y 3 de febrero, presentando el estado de avance de la residencia de Agustín Letelier.

¿Qué hizo Agustín? Continuar la conferencia de Maurice, pero por otros medios.  El oficio del actor ha sido objeto de una relectura que pone en movimiento Shakespeare, García Márquez y Juan Edmundo González, para repasar la mayor cantidad posible de ritos de formación, en provecho de un ensayo de puntuación corporal armado sobre la tensión de un hilo paródico y un amarre dramático destinado a establecer relaciones críticas entre lo interno y lo externo de la escena, reconstruyendo una frontera de inestabilidad relacional en que la cultura popular y la cultura teatral se encaramaban, se encajaban y se reproducían en abismo.  Esto es, el teatro al interior del teatro.  Hamlet en Valparaíso. El fantasma del padre patrimonial que se hace carne en el puerto. Para lo cual había que intentar la hipótesis de ponerse fuera, mediante calculadas impostaciones que fijaban clichés expresivos con flujos narrativos cuya aceleración y desaceleración modulaban experiencias sensoriales límites.

¿De qué estamos hablando?  De los límites de la escena, operando tabiques móbiles de cartón y desplegando y replegando metros de malla kiwi para segmentar, dividir, modelar el espacio, donde la perturbada visibilidad de los cuerpos significantemente arropados marca la “derrota” de la interpretación. Esto es importante, en Valparaíso, respecto de la indolente autoreferencia complaciente con suele uno encontrarse.



En esta pasada es preciso decir algunas cosas acerca del vestuario. Estas son cosas de las que no se habla a menudo. Pero el vestuario diseñado habilitaba  un contacto condensado entre fragmentos del cuerpo y pliegues de un tejido que trabajaba por exceso.  En este sentido, el vestido es un contra-cuerpo. Pero un contra-cuerpo expandido del verbo. Se podría decir, que en ciertos aspectos, el cuerpo no es sino la continuación del vestido, hacia adentro

¿A qué quiero llegar? A la vocalidad del vestido. El vestido habla por el pliegue, para recuperar la texturalidad de los enunciados entre-cortados, para combinar fragmentos del habla popular erudita con extractos alusivos al manejo oficial de un repertorio. Esto ha sido, sin duda, lo que nos ha dejado esta experiencia de Agustín Letelier: la residencia como proceso. 

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